jueves, 23 de octubre de 2014

ZOMBEE!



ZOMBEE!
Abeja resucita para acojonar a su víctima
PDR, Gallneukirchen, OÖ


Pedro del Real, natural de Gràcia, se encontraba visitando a su familia política cuando en un momento inesperado, específicamente al entrar en la casa de su suegra huyendo de las moscas que había en el jardín, piso en la alfombra de la casa de la susodicha a una abeja. Totalmente dolorido, recibió las curas de su pareja (succión del veneno), de su suegra (pastillitas homeopáticas) y de sí mismo (pis con barro en la picada). Aunque la victima demandó la muerte del insecto (ojo por ojo, diente por diente), su pareja se resistió y decidió lanzar a la abeja moribunda al jardín.

Al cabo de unas horas, cuando el gracienc y su freundin se preparaban para marcharse, la sorpresa de Pedro fue mayúscula al ver a la abeja que le había picado dos horas antes, reptando hacia él mientras se disponía, la víctima, a ponerse los zapatos. El susto, yuyu y escalofrío fue tal que esta vez la novia del catalán no dudo en aplastar inmisericordiosamente al insistente insecto, librando así a su querido de una más que probable persecución infinita en el tiempo y en el espacio por parte de la abeja.

lunes, 20 de octubre de 2014

Un hombre joven y fuerte

Este monólogo lo escribí para José Luis, maestro de aventureros y actual lector voraz de a "À la récherche du temps perdu", y tuve la suerte que se representase en la Velada del Campanario, uno de los grandes eventos teatrales secretos y casi intangibles de Barcelona. Dejo también colgado el vídeo de la representación!



Un hombre joven y fuerte

Como pueden observar soy un hombre joven y fuerte. Creo que soy uno de los más importantes hombres jóvenes y fuertes que existen. Eso se debe a mi larga experiencia como tal. ¡Más de cincuenta años siendo fuerte! Y lo que es más relevante para mi distinguida posición ¡Más de cincuenta años siendo joven!

Yo sé que algunos de ustedes dudarán de mí. ¿Cómo puede decir este joven que es fuerte? Yo de verdad que quería demostrarlo. Se lo prometo. Esta tarde, antes de salir de casa para asistir a este distinguido evento, he agarrado mi piedra de trescientos kilos y me disponía a traerla conmigo para demostrarles a ustedes mi hercúlea naturaleza. Pero justo cuando abría la puerta me ha venido una duda. Yo uso el autobús (los jóvenes no nos podemos permitir coches), y se sabe que una piedra de trescientos kilos no se puede sentar o dejar en el suelo. No, uno debe acarrearla. ¿Pero qué pasa si el autobús, por un motivo u otro, está lleno? Ya me veía a mí, molestando a ancianas y madres con mi piedra de trescientos quilos. Porqué como ustedes saben, a un anciano o a un padre, un hombre joven y fuerte acarreando una piedra de trescientos quilos en el autobús no les  molesta; les intimida.

Así que aquí estoy. Sin piedra para demostrarles mi fuerza. Ya sé que alguien en el público estará deseando en su interior retarme a un pulso. Pero debo avisarles que no lo conseguirá. Soy un pacifista convencido. Un hombre sólo puede ser joven y fuerte durante cincuenta años si reniega de la violencia. Un hombre joven y fuerte violento no tiene ante sí una larga carrera como tal. Un hombre violento acaba en peleas o guerras. Y como sabrán ustedes, morir a consecuencia de ellas es fácil. O  lo que es peor, lesionarse y no poder entrenar más y entonces dejar de ser fuerte. Eso nunca me lo perdonaría yo. ¿Cómo creen que me podría presentar ante ustedes como un hombre longevamente joven y fuerte si hubiese sido violento? Yo puedo contestarles. Sería imposible.

Ahora que les miro bien, veo que tampoco son un público tan distinguido. En sus ojos noto el ansia por conocer el secreto de mi larga juventud. Lo puedo entender, pero si supiesen lo sencillo que es... Comparado con las largas horas de entrenamiento para ser fuerte, es pan comido. Y es más,  viendo la condición física de algunos de ustedes, podría dedicar toda mi presentación a explicarles detalladamente mi tabla de ejercicios.

Pero me debo a a mi público. Sólo pagan el precio de la entrada para saber el secreto de mi juventud. Ajos con huevos. Aquí se lo dejo. Dicho está. Batido matutino de ajos con huevos. Tres dientes de ajos y dos huevos. Y de un trago. Les debo confesar que el batido de ajos con huevos es uno de los brebajes más asquerosos inventados por la humanidad. Vomitivo. Y piensen que llevo más de cincuenta años levantándome y acto seguido tomando tal inmundicia. Arcadas matinales a cambio de juventud eterna.

Y también soledad conyugal. ¿Quién quiere casarse con un hombre cuyo aliento hiede por voluntad propia? Si alguien quisiese sería un loco o una loca. Y, debo confesar, que si hay algo que deteste más que la violencia es la locura. No puedo con esos alucinados. Es más, me repugnan casi al mismo nivel que el batido de ajos con huevos. Y no les digo nada de las personas que se acercan, hablan o escuchan a los locos. Sencillamente, los desprecio.
En definitiva, creo que mi distanciamiento de los mentalmente enfermos también me ha ayudado a mantenerme así durante más de cincuenta años. Un hombre joven y fuerte.




domingo, 19 de octubre de 2014

El sexo triste de los intelectuales rotos



El sexo triste de los intelectuales rotos

Cuando los espectadores entren en la sala se encontrarán en sus asientos un condón (abierto, el condón en si mismo, sin ningún tipo de envoltorio) sobre una foto de Friedrich Nietzsche.
Al abrirse el telón, miles de leds rojos parpadean como fondo. Delante de ellos hay una butaca y un barril oxidado de petroleo. Entra en escena ua hombre, vestido de negro, tejanos negros, jersey de cuello de cisne negro y gafas. Va descalzo y lleva con él unos diez libros, que ase en una mano con un cordel. En la otra lleva una botella de plástico. Se acerca al barril, tira allí los libros. Los rocía con el líquido de la botella. Tira la botella a un lado del escenario. Los leds siguen parpadeando mientras la escena ocurre. Se saca un cigarro de una pitillera, lo enciende con una cerilla y tira la cerilla al barril. Éste arde. Se sienta en la butaca, fumando. Los leds dejan de parpadear y un foco ilumina al Intelectual Roto.

-Los libros que acaban de ser quemados son los siguientes: la Odisea de Homero, Así Habló Zaratustra de Nietzsche, el Estado y la Revolución de Lenin, El Quijote de Cervantes, los cuentos de Canterbury de Chaucer, la Crítica de la razón pura de Kant, el Orígen de las Especies de Darwin,  las Flores del Mal de Baudelaire, Garagantúa y Pantagruel de Rabelais y, el Código Da Vinci de Brown. Soy el Intelectual Roto y no he leído ninguno de ellos.
Todo empezó por amor, que es por lo que todo lo que es importante en esta vida empieza. Todo aquello que no ha empezado por amor se pierde en los rincones más oscuros de la memoria colectiva, lo olvidamos. Tan sólo el amor puede resistir el tiempo. Muchas cosas empiezan por amor propio, las pirámides y la lógica son un buen ejemplo, algunas por amor a los otros, como el anarquismo o la poesía. Cuando yo lo empecé debo contestar que fue por amor propio. Más tarde no fue tan sólo por eso, pero eso se dirá más tarde. Era una mañana de otoño, otoño frío y europeo. El otoño con su hojarasca me aburre profundamente, muchas veces hasta me molesta. El ruido de la gente pisando las hojas secas es terrible. Y lo más terrible es llamar seco a algo que está muerto. Pero para eso está la lluvia, para recordarnos que las hojas secas no están secas, sino muertas. Era otoño y yo era joven. Miré a través de la ventana de una habitación con una temperatura ideal. Hacía un calor primaveral dentro de esa habitación, es lo que más recuerdo de la misma. Me puse a escribir y mientras lo hacía tuve una idea y aprovechando que escribía la plasmé en papel. Escribía despacio, intentado hacer que mi caligrafía fuese lo más inteligible posible. Porqué estaba exponiéndome, aunque en ese momento creía que lo que quería era una segunda lectura fácil de lo escrito. Pero me engañaba a mí mismo, porqué eso es lo que haces cuando creas, engañarte a ti mismo. La creación es la primera y la última mentira. Por ello las religiones le dedican tantos pensamientos. El problema radica, para los moralistas que no gustan de mentiras, en que el presupuesto de la no existencia anterior es falso o como poco no demostrable. Entonces acabé de escribir y me hice una paja.
Al día siguiente, releyendo lo escrito he de confesar que me encantó. Me vi a mi mismo publicándolo en alguna de las muchas revistas intelectualoides que poblaban el panorama cultural de mi ciudad. Era joven y poderoso. Como todos los jóvenes. La juventud es un tesoro divino, es dorada y bella. La juventud es la inmortalidad del alma y la plenitud del cuerpo. ¿Qué voy a decirles a ustedes de la juventud? La han experimentado o la están experimentando y si no están de acuerdo con mi idealización son unos seres un tanto patéticos. Pero aún no es momento de meterme con ustedes, eso lo dejo para luego. Ahora es el momento de explicar cómo iba yo, con mí manuscrito bajo el brazo, caminando sobre las hojas muertas, con un abrigo negro y pesado, caliente, porqué era otoño. Entré en un bar dónde se reunían algunos de los mejores editores de revistas de mi ciudad. Se separaban por mesas y de vez en cuando, al escuchar algo a lo que se oponían fervientemente de otra mesa, le lanzaban una aceituna. Por supuesto, el aire estaba lleno de aceitunas voladoras que uno tenía que ir esquivando mientras se acercaba a la mesa en la que quería sentarse. La única regla que había para entrar en una tertulia era estar de acuerdo con tres puntos básicos que estaban escritos en una servilleta. Cuando uno estaba de acuerdo con ellos, se sentaba y discutía sobre otras cosas. Me acerqué a la primera mesa y leí: “1. El hombre es un lobo para el hombre, 2. Dios, Patria y Rey, 3. ¿Socialismo? ¡Siempre!”. Me alejé enseguida de esa mesa y me senté en otra donde los puntos en vez de estar escritos eran caras, una sonriente, otra triste y otra hierática. Presenté mi escrito, los tertulianos se lo fueron pasando, cuchicheando , señalando líneas y volviendo a cuchichear. Luego pararon. Me miró el que debía ser el líder de la tertulia y me dijo (el Intelectual Roto se levanta, mira al público y habla con voz aguda): “Esto lo publicaremos, es bueno y profundo, tiene ritmo, es agradable y chocante a la vez, nos agrada y mucho, pero todo en el mundo tiene un precio. Te veo el alma, le miro a los ojos y le pregunto si quiere romperse, porqué una vez te publiquemos serás un Intelectual Roto”.
Se cierran las cortinas. De los laterales del teatro aparece un coro, vestido con trajes de buceo que cantan “Imagine” de John Lennon. Cuando acaban, se abre el telón. El Intelectual Roto sigue en su sillón. Pero ahora el escenario está poblado por árboles tropicales y los leds centellan como al principio pero ahora en color verde. Se escuchan monos aullar. El Intelectual Roto sigue vestido igual pero lleva un salakof.

jueves, 16 de octubre de 2014

Colours I


Bauer, Joseph: Intelectual

Esta es la pequeña biografía de las 10 que hice para un relato largo sobre un hombre que vendía drogas que permitían visitar los sueños de los otros. El relato se quedó truncado, pero alargué la biografía ya que le cogí especial cariño al detestable Bauer.


miércoles, 15 de octubre de 2014

La Panda de la Rambla

Esto es otro regalo que le hice a un amigo el día de Sant Jordi.
Sant Jordi mataba dragones (al menos uno) y me inspiré en su sangrienta historia para escribir esta.


La Chica del Pipa Club

Está historia fue un regalo para XXXXX en el día de Sant Jordi del año pasado.
XXXXX sigue siendo mi amigo, espero.


jueves, 9 de octubre de 2014

La enfermedad que espera



El coma. La coma. No, EL COMA. Eso era, así se decía. Una cama de hospital. Ella.  Aparatos que extendían sus tentáculos por debajo de la sabana, escondiéndose. No sabía porqué se escondían tanto. Era bastante claro que allí estaban. Ella llevaba pijama y hacía mucho calor. Pero la sabana seguía allí. Y yo dudaba entre sacársela o no. Pero entonces me apeteció un cigarrillo. No tenía. Me fui a comprar. ¿Podrá ella contar alguna vez una historia de abandono tan típica? No lo sé, y espero que nunca lo sepa.

miércoles, 8 de octubre de 2014

El tiempo medido (VII)



VII

Éramos lo suficiente mayores para creer que era una broma. Una broma de esas de la televisión, con efectos especiales y extras sobreactuando. Ya éramos personas relativamente maduras, trabajábamos, vivíamos en casas que no eran las mismas dónde vivían nuestros padres, leíamos libros que antes no habríamos entendido, cosas así. Pero se ve que la madurez no puede salvarte de ser aplastado por un monstruo interdimensional.