miércoles, 29 de abril de 2015

Krampushelfer



Quería ponerme a escribir un cuento largo (con vocación de nouvelle) que llevo escribiendo que empieza así: “Estaba en ese momento Enrique Vila-Matas hurgándose la nariz.”.
En casa notaba que no podría concentrarme y he decidido ir al Instituto Cervantes. También así aprovechaba para hacer cambios de libros ya leídos. Como esto tiene un poco de bitácora personal voy a escribirlos para recordarlo luego.

El Aleph de Borges por Cómo me hice monja de César Aira.
Los mares del Sur de Montalbán por El Balneario del mismo autor.
Los culpables de Villoro por Guerra y lenguaje de Adan Kovacsics.
Dublinesca de EVM por Kassel no invita a la lógica de Vila-Matas.

Y ya que me pongo bitacórico (el corrector de Word me invita a corregir “bitacórico”, subrayándolo de rojo, y me invita a cambiar la palabra por “pitagórico”. ¿Debo hacerlo? Porque si me pongo pitagórico creo que perderé el hilo de lo que quería decir, ya que entre tanto número y pentagrama no puedo operar óptimamente) explico que ayer estuve en un recital de poesía y recité un poema, que aprovecho para compartir:

Krampushelfer

Sóc l’ajudant del Krampus,
Escric amb carbó a les parets
“El Fary vive, la lucha sigue”
Amb un nen atemorit per motxilla
I concert de cadenes rovellades .

Sóc un Krampushelfer,
Mutant mediterrani alpí
Em bec Moritz de mig litre
I schnapps de romaní.

Bruts els Cabells, salvatjes,
Ferum a bèstia indomable,
El meu bosc és de formigó,
On no ululen les òlibes
Però ho fan les ambulàncies
Plenes del meus morts.

Sóc el secundari del monstre,
Una ombra esgarrifadora
De conte d’Edgar Alan Poe.
Por, por, por, por,
Tremola mädchen,
Cagat a les calces!
Sóc rei dels terrors infantils
Ni Dollfuss va poder amb mi.


Además hice una sesión de bibliomancia, espectáculo que he robado a Roger Pelàez después de verlo en un acto de Les Males Herbes, que fue recibida con una mezcla de estupor, aburrimiento y diversión desenfrenada por parte del público.

martes, 14 de abril de 2015

Tarzán en el autobús



En el autobús futurista he visto
a una vetusta señora flipando
por el futurismo del hiperauto.

Y así de mal se me da hacer endecasílabos. Pero la señora estaba flipando, mirando a su alrededor con atención, porque nos han cambiado los buses de las línea 13A y ahora son muy nuevos, muy ecológicos, más grandes, más mejores.

Pero esta historia no va de los cambios en el transporte público de la ciudad de Viena. Pero debe empezar en un autobús porque es el transporte público un sitio (móvil y con periodicidad) donde pienso. Pensar en el transporte público tiene algo muy bueno para una persona que si no se ensimisma mucho y da mil rodeos a sus ideas (yo soy esa persona). Ese algo muy bueno es la concreción a la que obliga el hecho de que el trayecto dure un tiempo X entre el punto A y B. Ese límite temporal provoca que mis ideas sean mucho más concretas. No sé cuántas historias se me han ocurrido en un metro, o un autobús, o un tranvía, pero son muchas.

Así que cuando yo iba en el autobús, delante la señora vetusta flipando, y la misma señora, por vetusta, me ha recordado a mi abuela. Y no me he acordado concretamente de mi abuela, sino que dado que el transportarme me lleva a una hiperconcreción en el pensamiento, me he acordado de un libro de Tarzán. Un libro de Tarzán que había pertenecido a mi bisabuela, viejísimo, que estaba en lo alto de la biblioteca del cuarto en que tantas veces dormí. Ese Tarzán no me llamaba primero mucho la atención, ya que era una edición de bolsillo de principio de siglo, y comparado con los libros de Verne en sus bellas ediciones de piel falsa, no tenía tanto atractivo. Pero hubo un momento en que acabé con Verne y Dumas y seguí con las ediciones, ahora de bolsillo y que habían pertenecido a mi madre, de libros como “Un yanqui en la corte del rey Arturo” o “El prisionero de Zenda”. Esos también los acabé y como los libros de texto de Telecos de mi tío no me interesaban, me subí a una silla y cogí el libro de Trazán, que resultó formar parte de una colección de libros de Trazán.  Junto a él estaban el reto, pero yo antes no sabía qué eran ya que los lomos estaban destrozados. Así que bajé de la silla, me senté en el mejor sillón orejero que conozco (un sillón orejero platónico, un sillón orejero que para mí es todos los sillones orejeros del mundo) y abrí el libro.

No logré leer nada.

El libro se pulverizó literalmente entre mis manos. 

Quedó sólo el lomo y la cubierta, maltrecha. El resto de páginas eran trocitos de página, expáginas, notitas sin sentidos. Cogí el libro (lo que quedaba de él) y lo tiré a la basura, lleno de rabia por no haber podido leerlo. Al día siguiente me lo compré en una librería, lo leí y lo dejé junto a los otros, temeroso de tocarlos por si volvía a pasar el horror de la pulverización. Aún está allí, nuevo y con esas cubiertas plastificadas de los libros de bolsillo de ahora, verde porque es de Tarzán (¿?), junto a otros libros sin lomo (¿Sin nombre?), que son viejos, vetustos, como la señora del autobús. Ahora (y esto es debido a que he pensado en ello fuera del autobús, en casa, donde me pierdo, donde divago) me pregunto si los libros de mi bisabuela se quedan maravillados ante el futurismo del libro de Tarzán que yo compré.



jueves, 2 de abril de 2015

Sra. Frío



Escribí: “He pensado en una mujer que decide que es un ultraje a sus creencias eso de que “todos los copos de nieve son diferentes”. Ella cree en la dualidad, en la existencia de un doppelgänger para todos y para todo. ¿Qué hará para demostrar al mundo lo muy insultada que se siente? “

Esta es la historia de la mujer que decidió que todo se solucionaba con violencia. Antes de empezar a matar leyó mucho. Estuvo a punto de creerse las palabras de Gandhi, pero acabó por ver que eran una gran mentira. Esta es la historia de la famosa asesina del hielo. La inventora de la pistola congelante y los robots que la utilizaban, conocida por la prensa anglosajona como Ms. Freeze, la Sra. Frío para los medios hispanohablantes. La mujer que decidió que si cada copo de nieve era diferente, si esa era la verdad última, si el doppelgänger no iba a existir como constante universal, ella iba a convertir a la humanidad en copos de nieve. 

Copos de nieve gigantes, expuestos en un museo del frío sito en Huesca, dónde ni la policía ni el ejército pudieron penetrar ya que los rayos congelantes anulaban a soldados, tanques y aviones. La fortaleza que obligó a desalojar a más de cinco mil personas de sus casas cuando la ONU decidió que ante el peligro e inseguridad que los actos terroristas (fríamente calculados) debían acabar. Ese lugar de Huesca que ahora es un punto negro en el mapa, el primer y único ataque nuclear a un estado que el mismo estado ha aceptado. Uno de esos hechos que quedarán tanto en la memoria de la gente como del paisaje.

Los robots congeladores de la Sra. Frío convertían en estatuas de hielo a una media de cinco personas al día. Después de lanzar a sus víctimas el mortal rayo, volvían volando a la fortaleza y no dudaban en congelar cualquier obstáculo que se interpusiese en su camino. 5.345 personas murieron a manos de los robots controlados por la vengativa mujer. “Cinco, tres, cuatro, cinco, congelados pero no olvidados”- cantan cada año los manifestantes anti-Sra. Hielo en celebración del ataque nuclear que acabó con su reino de terror.

Frustración ante una realidad inalterable, genialidad técnica y una enorme herencia familiar convirtieron a una investigadora del CSIC en la enemiga número uno de la humanidad. Ya se han escrito muchísimos libros y artículos sobre los hechos, hasta llegar al punto en que desde la academia se habla del subgénero de “Freezelit” por la cantidad de volúmenes dedicados a la cruel española.

No puedo sino acabar esta historia con las palabras de Enrique Vila-Matas leída en un artículo publicado el 23 de Julio del 2018 en el periódico El País: “Si la muerte de Hitler se consiguió con una sangría medieval y la de Bin Laden con una precisión quirúrgica, la muerte de la Sra. Frío parece corroborar la teoría del eterno retorno de Nietzsche”