I
El día 3 de
Agosto, preparando estas líneas, estuve a punto de dejar de hacerlo, de
renunciar a volver a Viena, de convertirme en un buen salvaje, en asceta
literato. Tuve que tirarme al mar para hacer que la descripción de un Bolaño
que vive en una cueva cerca de Portbou, escribiendo, comiendo poco, bebiendo
vino tinto con personajes extraños y trabajando de vendimiador dejase de
hechizarme. Desde el mar vi la cueva, que junto al calor, me había llevado a
querer ser un imitador del escritor chileno. Me dije a mi mismo: “Esto es una
cueva en una cala de Mallorca, no es una cueva cerca de Portbou”. Me di cuenta
de que uno no puede ser otro escritor, de que la imitación no conduce a buen
puerto, que mejor que imitar uno debe aprender de los autores únicos, aquellos
que escapan de las presiones “clonificadoras” del mercado editorial. Acto
seguido, supe que empezaría este texto recordando las palabras de Nicanor Parra
“A Bolaño le debemos un riñón”.
II
En esta tertulia
me comentó Rafael que mejor huir del formato conferencia, ya que la idea es que
todo el mundo participe, se haga una presentación amena y entendible sobre el
tema, en definitiva, se intenta huir de los corsés (incómodamente
decimonónicos) de eventos en los que hay un ponente y un público. Ruego que me
disculpen pero como contestó Bolaño ante la pregunta de por qué le gustaba
llevar la contraria: “Yo nunca llevo la contraria”.
III
Ya he explicado
que estuve a punto de no presentarme aquí en el Cervantes. Ahora es el momento
de explicar porque estoy aquí en Viena hablando sobre Bolaño. Conozco a Bolaño
lejos de casa, concretamente a más de 9000 kilómetros de distancia. Una
distancia similar de la que estaba Bolaño en su Blanes adoptivo de su México
DF, también adoptivo. Lo conocí por una recomendación en un e-mail de Teresa. El
autor chileno afincando en un pueblo de la costa catalana (recordemos sus
palabras: «Yo sólo espero ser considerado un escritor sudamericano más o menos
decente, que vivió en Blanes, y que quiso a este pueblo») me abriría nuevas
fronteras literarias cuando yo estaba muy lejos de mi ciudad en la costa
catalana. Y desde entonces he ido viajando, practicando un sedentarismo de
moral nómada, fácil de seguir si aceptamos la definición de patria de Bolaño
“La Patria para mí son mi biblioteca y mis hijos”.
IV
Bolaño a día de
hoy ya murió. Lleva muerto desde el año 2003. Es un autor muerto. Es un nombre
de zombie que avanza lentamente por bibliotecas y recomendaciones de lecturas
en revistas y cursos universitarios. Si hoy apareciese aquí Bolaño deberíamos
dispararle en toda la cabeza, como aprendimos en de “Night of the Living Dead”,
el clásico de terror de 1968 de George Romero. De lo que sí podemos fiarnos es
de su legado, de lo que nos dejó escrito y dicho. Por ejemplo, sabemos que a la
vez que se estrenaba la película de Romero, Bolaño llegó a México DF desde
Chile, un DF dónde el gobierno disparaba a los estudiantes como si de zombies
de la película de Romero se tratasen. Bolaño se dedicó a leer y a leer, dejando
al poco los estudios para seguir leyendo y leyendo. Luego, al cabo de los años,
escribiría “Amuleto”, un libro sobre las matanzas en México ’68. No nos cabe
más que alegrarnos de que ese año Bolaño fuese aún la secundaria y no acabase
como acabaron muchos de los universitarios mexicanos. No puedo saber si el
trauma de esos eventos fue lo que llevó a Bolaño a renunciar a la universidad,
ya que como he dicho, Bolaño es ahora un zombie.
V
Es zombie
también su novela más celebrada. 2666 fue
la gran novela póstuma de Bolaño, primero pensada en ser publicada en cinco
tomos para así poder dar más royalties a sus herederos (sus hijos, su patria),
pero finalmente publicada en 1.136 páginas, como un gigantesco Frankenstein. Esta
obra, novela total cuyas historias revuelan alrededor de Santa Teresa (una
Ciudad Juárez literaria y violentamente real), es el ejemplo perfecto de libro
zombie, de autor que consigue la fama después de su muerte, de la importancia
del legado en la literatura. En el año
2008 con la publicación de 2666 en
inglés consiguió Bolaño su puesto en el Olimpo de los autores en español a nivel
mundial. Un Olimpo del que no pudo disfrutar, pero que a sus lectores nos ha
permitido poder convivir con el autor como si estuviese vivo, en experiencias
tan zombies como la de la exposición “Archivo Bolaño: 1977-2003” en el CCCB.
VI
Bolaño está
muerto, ya no escribirá más, su zombie no se puede comunicar, es mudo, sordo,
manco y seguramente invisible e intangible. Así que solo me queda recomendar que se le
lea. Que se lea. Porque tal como dijo “Lo normal es leer y lo
placentero es leer; incluso lo elegante es leer. Escribir es un ejercicio de
masoquismo; leer a veces puede ser un ejercicio de sadismo, pero generalmente
es una ocupación interesantísima”
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