Este cuento lo escribí especialmente para una lectura en el Instituto Cervantes de Viena en el marco del "Día E". Comparto además un video en el que recito un bonito poema del panfleto poético de próxima publicación "Poesía eres inútil".
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La Tribu de
Balona
Estaba en el
Instituto Cervantes leyendo un cuento. Era un cuento que había escrito
especialmente para la ocasión. Esta no era otra que la celebración del “Día E”,
jornada que esperaba que fuese algún tipo de gran operación político-militar
orquestada entre la CIA y el CNI pero resultó ser el día dedicado a la
celebración del idioma español.
El cuento
trataba sobre una tribu en un futuro distante, o puede que en un pasado remoto
si nos adherimos a la teoría del eterno retorno, que vivía en Balona (homenaje
a mi ciudad natal Barcelona). La tribu no sabía cómo hacer fuego pero contaba
con una pequeña biblioteca con libros dónde, por desgracia, no se explicaba la
manera de conseguir una llama.
Estaba yo
explicando el cuento, me hallaba justo en el punto dónde un rayo hacer arder
una zarza y uno de los miembros de la tribu ha de decidir si quemar los libros
para mantener vivo el fuego o dejar que este desaparezca. Era una parte llena
de reflexiones sobre que significaban los libros, el conocimiento, la memoria,
hasta me atrevía a mencionar a Prometeo. Entonces me detuve. Paré de leer. El
silencio se hizo en la sala. Levanté la vista del papel y esperé. No sabía que
esperaba, pero sabía que algo había que esperar. El público me miraba, un poco
intrigado. Reconocí alguna mirada interrogativa entre mis amigos. Pasaron diez
segundos, ya alguien me iba a preguntar si me pasaba algo, ya alguien iba a
aplaudir pensando que era un cuento muy posmoderno, cuando entendí en una leve
fracción de segundo lo que estaba esperando.
No tardó nada.
Pasé de ser un lector de un cuento a un hollín grasiento. “¿Combustión
espontánea?”, pregunta/título de la prensa de medio mundo cuando el caso salió
a la luz. Según los testigos, una llamarada verde los cegó , cuando volvieron a
ver solo quedaba ese hollín humeante y grasiento. Ni rastro de Pedro del Real.
“¿Truco de magia /barra/ broma macabra?” se preguntaban algunos. El hecho de
que no apareciese, la conmoción de mi novia y mi familia, lo rápido que todo
había pasado, dejó esa opción cerrada al cabo de unos días.
¿Qué pasó? ¿Cómo
puedo estar contando todo esto después de haber dejado solo un rastro de grasa
chamuscada que contenía mi ADN? ¿Qué hago yo aquí, en el Cervantes, contando
esta historia? ¿Volveré a ser víctima de la combustión espontánea humana?
¿Podría ser esta una de las historias en los libros que se quemaron para que el
fuego pudiese ser dominado por los supervivientes del apocalipsis? ¿Quemaron
estos realmente sus libros o prefirieron seguir siendo crudívoros a cambio de
no perder sus historias? No estoy seguro y esta inseguridad en la que vivo
tiene un gran poder creador. Puede que sea esa
la clave. Por ejemplo, se me acaba de ocurrir una respuesta a todas las
preguntas que acabo de compartir. “Solo sé que no sé nada”. Seguramente la he
leído en algún anuncio. Si no, quizás debería patentarla antes de volver a ser
portada de periódicos.
FIN
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