lunes, 24 de agosto de 2015

Klangfestival (Parte 1)



Gallneukirchen es un pueblo cercano a Linz (capital de la Alta Austria, tercera ciudad de Austria) de 6.200 habitantes. El estar rodeado de bosques y praderas que suben en pendiente le da una cierta belleza, que contrasta con lo poco interesante (y a veces feo) de la arquitectura del centro. Además de servir de pueblo dormitorio para gente que trabaja en Linz, es un lugar de referencia austríaco para proyectos de integración social para personas con problemas psicofísicos.
También es dónde se crió Teresa, mi novia. Las visitas a la casa de su madre se han convertido en habituales desde que vivimos aquí, ya que siguiendo el consejo de Thomas Bernhard, un fin de semana en el campo ayuda a sacar de la cabeza todos los estímulos que  ofrece una gran ciudad como Viena. Aunque también siguiendo su consejo, no solemos quedarnos mucho más ya que demasiado tiempo en el campo puede “ablandar el cerebro”.

 Vista de los alrededores de Gallneukirchen 

Ese sacar estímulos y la tranquilidad de la vida campestre me han ayudado a empezar muchos proyectos aquí, y a escribir con una tranquilidad difícil de encontrar en la ciudad. Pero esto es una crónica musical y nuestro objeto de estudio es el Klangfestival. Empezado el año 2008, es un festival de música progresiva y experimental que se lleva a cabo en una antigua granja reconvertida en centro cultural. Por ello, mi camino hacia allí desde mi campo base (casa de mi suegra) implicó cruzar un prado minado por grises y enormes cacas de vaca. Una vez llegado allí, después de saludar a unos cuantos amigos, pude comprobar la gratuidad del festival y el buen precio de la cerveza.
¿Quién va al Klangfestival? Por lo que pude observar, se trataba mayoritariamente de neo-hippies, modernos de provincias y votantes subjetivos de Los Verdes. Un ambiente agradable, abierto y sin pizca de esnobismo. No sé aún hasta qué punto de desmadre llega el público, ya que me fui pronto para hacer compañía Teresa, enferma, aunque no creo que el tipo de música lleve a grandes y míticas borracheras, ni que sea la mejor idea para muchos de los asistentes ya que sus padres (o amigos de sus padres) se encuentran entre los asistentes. 

Pude ver a tres grupos, GIS Orchestra, CHRA y a Katharina Ernst & Kazuhisha Uchihashi. Las notas que transcribo fueron hechas después de verlos, aunque debo confesar que no me quedé en todo el concierto de ninguno de ellos, por lo que mi capacidad de crítica o análisis está limitadísima.

GIS Orchestra: una máquina de música postmoderna, un director panóptico que presiona a las teclas/músicos. Un después de la orquesta clásica pasado por el tamiz del Acid Jazz, la improvisación y todas las vanguardias habidas (¿Y por haber?). Ruido dirigido, melodía velada, momentos de gran crescendo junto a minimalismo vocal/batería. Creo que eran unos diecinueve músicos (3 saxofones, 4 voces, 4 baterías, 3 en máquinas, 3 gruitarras, 1 contrabajo, 1 teclado) y un director. Visualmente la experiencia era de los más interesante, viendo como el director indicaba tanto quién debía tocar y cómo quería que se tocase. Una metáfora musical y escénica del capitalismo post-industrial, en que aunque haya lugar para la improvisación, el director siempre nos acabará haciendo actuar.

GIS Orchestra y su panóptico director
CHRA: la sala oscura, el público sentado en el suelo, alguno echado. La artista se nos presenta en un escenario iluminado en azul, aunque la iluminación acentúa la oscuridad de la sala. Ese azul es roto por el blanco de un Mac, la manzana del pecado digital (Turing la mordió, ¿Venganza de una Eva despechada?) como elemento central. La música, ambiental, total, submetisva, lleva a una nueva eucaristía. Un momento de reflexión activa en el contexto de la pasividad del espectador. Es música para el final de los tiempos, podría sonar perfectamente en una de esas clínicas suizas de suicidio asistido. Es música para un apocalipsis con jinetes cyborgs, más Minority Report que Terminator, donde podemos ver al hipster como agente del FIN.

CHRA en plena eucaristía digital
Katharina Ernst & Kazuhisha Uchihashi: puede que esté influido por el discurso precedente pero este combo (¿puntual?) muestra la realidad autorreferencial de la actualidad neocapitalista. Por un lado, la maestría técnica de ambos artista (él, guitarra, pedales y daxófono; ella, batería), por otro, el popurrí de sonidos que encontramos en sus piezas, que van desde el metal a un sonido 100% experimental, del surf a una ópera rock minimalista. Experimentación y ejecución perfecta se encuentran en este combo, lo mejor que escuché  en la primera noche del Klangfestival. Solo añadir que es indicativo de la tradición japonesa por la perfección la capacidad de Kazuhisha para combinar pedales e instrumento en el acto, con una visceralidad educada, es decir, con muchas horas de práctica previas. ¿Puede ser que esto sea el futuro? Híper-arquitectos moleculares súper-formados construyendo mundos parecidos pero con mínimas y fugaces diferencias. Parpadeos como degustaciones, dinámicas de explosión controlada. Creo que la música de este combo nos recuerda que en nuestro presente post-apocalíptico puede existir un limbo entre los ya inevitables cielo e infierno.

El combo en plena muestra de su talento
Y aquí acaba la primera parte de mi crónica del Klangfestival, lugar que abandoné mientras aún tocaban el japonés y la austríaca, con una chaqueta protegiéndome del frío de la noche veraniega austríaca y pidiendo a los dioses que no permitiesen que pisase una mierda de vaca al cruzar el prado de la granja en la oscuridad.

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