Gallneukirchen es un pueblo
cercano a Linz (capital de la Alta Austria, tercera ciudad de Austria) de 6.200
habitantes. El estar rodeado de bosques y praderas que suben en pendiente le da
una cierta belleza, que contrasta con lo poco interesante (y a veces feo) de la
arquitectura del centro. Además de servir de pueblo dormitorio para gente que
trabaja en Linz, es un lugar de referencia austríaco para proyectos de
integración social para personas con problemas psicofísicos.
También es dónde se crió Teresa,
mi novia. Las visitas a la casa de su madre se han convertido en habituales
desde que vivimos aquí, ya que siguiendo el consejo de Thomas Bernhard, un fin
de semana en el campo ayuda a sacar de la cabeza todos los estímulos que ofrece una gran ciudad como Viena. Aunque
también siguiendo su consejo, no solemos quedarnos mucho más ya que demasiado
tiempo en el campo puede “ablandar el cerebro”.
Vista de los alrededores de Gallneukirchen
Ese sacar estímulos y la
tranquilidad de la vida campestre me han ayudado a empezar muchos proyectos
aquí, y a escribir con una tranquilidad difícil de encontrar en la ciudad. Pero
esto es una crónica musical y nuestro objeto de estudio es el Klangfestival. Empezado el año 2008, es
un festival de música progresiva y experimental que se lleva a cabo en una
antigua granja reconvertida en centro cultural. Por ello, mi camino hacia allí
desde mi campo base (casa de mi suegra) implicó cruzar un prado minado por
grises y enormes cacas de vaca. Una vez llegado allí, después de saludar a unos
cuantos amigos, pude comprobar la gratuidad del festival y el buen precio de la
cerveza.
¿Quién va al Klangfestival? Por lo
que pude observar, se trataba mayoritariamente de neo-hippies, modernos de
provincias y votantes subjetivos de Los Verdes. Un ambiente agradable, abierto
y sin pizca de esnobismo. No sé aún hasta qué punto de desmadre llega el
público, ya que me fui pronto para hacer compañía Teresa, enferma, aunque no
creo que el tipo de música lleve a grandes y míticas borracheras, ni que sea la
mejor idea para muchos de los asistentes ya que sus padres (o amigos de sus
padres) se encuentran entre los asistentes.
Pude ver a tres grupos, GIS
Orchestra, CHRA y a Katharina Ernst & Kazuhisha Uchihashi. Las notas que
transcribo fueron hechas después de verlos, aunque debo confesar que no me
quedé en todo el concierto de ninguno de ellos, por lo que mi capacidad de
crítica o análisis está limitadísima.
GIS Orchestra: una máquina de música postmoderna, un director
panóptico que presiona a las teclas/músicos. Un después de la orquesta clásica
pasado por el tamiz del Acid Jazz, la
improvisación y todas las vanguardias habidas (¿Y por haber?). Ruido dirigido,
melodía velada, momentos de gran crescendo junto a minimalismo vocal/batería. Creo
que eran unos diecinueve músicos (3 saxofones, 4 voces, 4 baterías, 3 en
máquinas, 3 gruitarras, 1 contrabajo, 1 teclado) y un director. Visualmente la
experiencia era de los más interesante, viendo como el director indicaba tanto
quién debía tocar y cómo quería que se tocase. Una metáfora musical y escénica
del capitalismo post-industrial, en que aunque haya lugar para la
improvisación, el director siempre nos acabará haciendo actuar.
GIS Orchestra y su panóptico director
CHRA: la sala oscura, el público sentado en el suelo, alguno
echado. La artista se nos presenta en un escenario iluminado en azul, aunque la
iluminación acentúa la oscuridad de la sala. Ese azul es roto por el blanco de
un Mac, la manzana del pecado digital (Turing la mordió, ¿Venganza de una Eva
despechada?) como elemento central. La música, ambiental, total, submetisva,
lleva a una nueva eucaristía. Un momento de reflexión activa en el contexto de
la pasividad del espectador. Es música para el final de los tiempos, podría
sonar perfectamente en una de esas clínicas suizas de suicidio asistido. Es música
para un apocalipsis con jinetes cyborgs,
más Minority Report que Terminator, donde podemos ver al hipster como agente del FIN.
CHRA en plena eucaristía digital
Katharina Ernst & Kazuhisha Uchihashi: puede que esté influido
por el discurso precedente pero este combo (¿puntual?) muestra la realidad autorreferencial
de la actualidad neocapitalista. Por un lado, la maestría técnica de ambos artista
(él, guitarra, pedales y daxófono; ella, batería), por otro, el popurrí de
sonidos que encontramos en sus piezas, que van desde el metal a un sonido 100% experimental,
del surf a una ópera rock minimalista. Experimentación y ejecución perfecta se
encuentran en este combo, lo mejor que escuché en la primera noche del Klangfestival. Solo
añadir que es indicativo de la tradición japonesa por la perfección la
capacidad de Kazuhisha para combinar pedales e instrumento en el acto, con una
visceralidad educada, es decir, con muchas horas de práctica previas. ¿Puede
ser que esto sea el futuro? Híper-arquitectos moleculares súper-formados
construyendo mundos parecidos pero con mínimas y fugaces diferencias. Parpadeos
como degustaciones, dinámicas de explosión controlada. Creo que la música de este
combo nos recuerda que en nuestro presente post-apocalíptico puede existir un
limbo entre los ya inevitables cielo e infierno.
El combo en plena muestra de su talento
Y aquí acaba la primera parte de
mi crónica del Klangfestival, lugar
que abandoné mientras aún tocaban el japonés y la austríaca, con una chaqueta
protegiéndome del frío de la noche veraniega austríaca y pidiendo a los dioses
que no permitiesen que pisase una mierda de vaca al cruzar el prado de la
granja en la oscuridad.
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