Nuestros Helados
Como te gustaba el helado,
querida. En verano nunca tenías suficiente. Aún recuerdo los paseos por toda la
ciudad, yendo de heladería en heladería, cada una con un sabor diferente que tu
decías que era el mejor. Las calles y las plazas perdían su nombre para
convertirse “en la del mejor pistacho”, “la mejor vainilla”,… Y en invierno, ya
que el tiempo no acompañaba, te dedicabas a experimentar en casa, comprando
esencias y cachivaches con los que creabas piezas maestras, o así me lo parecía,
y así te lo hacía saber.
No sé si fui yo el primero en
decirlo o fuiste tú, pero en aquél entonces abrir una heladería parecía lo más
lógico. Poder vivir de la afición de uno es una de las metas con más aceptación
social, te decía. Es solo cuestión de aprender a cocinar helado a una escala
mayor, comentabas. Así que nos pusimos. En un año y medio, un 21 de Junio
bastante caluroso, abrimos la heladería. El éxito fue más rápido de lo que nos
pensábamos. El boca a boca se convirtió en artículos en revistas de tendencias;
tuvimos que poner una de esas máquinas expendedoras de turnos; la gente
esperaba en la cola media hora, cogía el papelito con el número y se iba a dar
una vuelta. Trabajábamos muchísimo, pero valía la pena. Pronto tuvimos dinero
suficiente para hacer viajes por el mundo en los que aprovechabas para buscar
nuevos sabores. Éramos la mejor heladería de la ciudad, desbancamos a las otras
y la placita dónde teníamos el local se convirtió en “la plaza de la heladería”.
No parabas de innovar. Recuerdo
el día en que estábamos en Seúl y probamos carne de perro y me comentaste que
podríamos intentar hacer un helado de ese sabor. En ese momento me reí, pero
cuando volvimos te encerraste en la cocina hasta crear un helado que sabía a bosintang. Cuando abrimos en Abril hasta
vino la televisión. Y las colas se alargaron tanto que acabamos contratando a
la Yeny. El sabor de carne de perro fue el primero en una tradición de sabores
exóticos que daban publicidad a la heladería y te entretenían muchísimo durante
los meses de invierno. Estabas encerrada en la cocina como una alquimista, intentando
recuperar el sabor del caimán frito que comimos en Florida o la tapibara
venezolana.
Hoy es 28 de Marzo. En tres días
tendré que abrir la heladería solo. Cometí el terrible error de pensar que todo
nuestro mundo podría orbitar alrededor del helado. Una felicidad dulce y
refrescante. No entendí lo suficiente como te había afectado que la perdiésemos.
Creí que estos últimos días de trabajo en solitario en la cocina te irían bien,
que te alegrarían y harían olvidar el dolor. Te respeté cuando me dijiste que
me prohibías entrar, que tenías que trabajar en el nuevo sabor tú sola. Veía tu
tristeza, pero también tu apasionamiento en el nuevo sabor, así que esperé que
el último venciese. Me equivoqué. He leído tu nota y no dudes que voy a introducir el nuevo sabor en la carta. Aunque
acabe en la cárcel, creo que respetar tu última voluntad es lo mínimo que puedo
hacer para demostrarte lo mucho que te quiero. Seguro que alguien lo compra.
Tristemente, yo no tengo el coraje suficiente para probar a la que tendría que
haber sido nuestra hija.
No hay comentarios:
Publicar un comentario