Hoy he tenido una revelación.
Tener una revelación es algo
bastante normal en la historia de la humanidad. Las hay de cuatro tipos: a) la
científica (el ¡Eureka! de Arquímedes o la manzana de Newton); b) la mesiánica
(Joseph Smith Jr. y su Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días,
que incluye el mejor título de libro sagrado “La Perla del Gran Precio); c) la
profética (cosas que dicen vírgenes portuguesas o Nostradamus) y; d) la banal
(grupo en que se incluye mi revelación).
Esta mañana me estaba afeitando,
lo que no es muy habitual dada mi condición de barbilampiño, y en un momento he
visto (REVELACIÓN) que el afeitarse es una actividad peligrosísima. ¿A quién se
le ocurre pasarse una cuchilla por la cara? Es decir, la piel de la cara es
delicadísima, al mínimo error uno puede cortarse y sangrar profusamente ya que
las venas están cerquísima de la cuchilla… En definitiva, el afeitarse es algo
totalmente irracional, es esteticismo cuasi-suicida, es dañino para la salud…
Con esta terrible revelación me
he visto delante del espejo, media cara ya afeitada, la otra esperando jugarse
el tipo contra mi maquinilla desechable, y he sido débil. Me he acabado de afeitar
(aun conociendo los riesgos que implica) y ahora mismo parezco un mozalbete de
16 años. Tan solo me queda esperar que mi próxima revelación tenga algún efecto
en mi existencia, que me obligue a cambiar alguna de mis pautas vitales (¿Algún
ángel se me quiere aparecer?), ya que por desgracia, aunque he desvelado la
terrible verdad sobre el afeitado, me temo que lo seguiré haciendo. Mea culpa(x3).
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