El pensar una trama es un acto de
excitación sexual.
El escribir es un acto
masturbatorio.
El publicar, difundir o dar a
conocer lo escrito es exhibicionista.
Estas tres fases vitales del
proceso creativo son fácilmente análogas al sexo. La pregunta entonces está en
si hay sexo (o analogía sexual) en lo que viene después, en la recepción de lo
escrito por parte del lector.
Un aviso para navegantes (y críticos
despiadados): podríamos hacer otro tipo de analogías, por ejemplo, trama=sembrar,
escribir=recolectar, difundir=alimentar. Aun así, la abundancia de
exhibicionismo “millenial” que marca a mi generación me ha hecho decidirme por
el sexo. Y como dijo aquél “el sexo vende” (cosa que aquí no tiene ninguna
importancia porque escribo en un blog tan poco leído que no puedo monetizar las
visitas de mis geniales, bellos y simpáticos lectores).
Sigamos pues, después de haber
subido la potencia del campo de fuerza, con el sexo y el lector. Dice Volpi que
el lector es una víctima de las ideas que le transmite el escritor, haciendo él
una analogía cazador/presa. En nuestra línea analógica podemos también ver al
lector como víctima, en este caso de una pieza horrenda que le parece vomitiva.
Aquí éste tiene mucho poder, ya que puede darse la vuelta y dejar de mirar las
partes mostradas por el escritor. Recordemos que el escritor es sólo un
exhibicionista, no un depredador sexual. El lector está a salvo una vez deja de
mirar, el exhibicionista desaparece dejando detrás un humo sulfúrico que con suerte
dejará de oler con el paso del tiempo. ¿Pero qué pasa cuando el lector está
interesado, le gusta lo que ve y sigue mirando? Este es un terreno más
peligroso, con muchas permutaciones, una jodida partida de ajedrez. Sólo tengo
la capacidad de enumerar unas cuantas, de imaginar que le pasa a la víctima
(que en ese momento en el que decide no dejar de mirar se convierte en
cómplice, síndrome de Estocolmo en píldoras) y cómo interactúa con el que
muestra:
a) El
lector se queda allí mirando, el exhibicionista acaba su show, éste último se
desvanece (sí, en mi mente los escritores son muy ninjas) y el lector sigue su
día a día normalmente y con suerte comentará a alguien el lugar dónde aparece
el tipo de la gabardina y ese alguien visitará ese callejón a la hora convenida.
b) El
lector, sorprendido primero, fascinado después, empieza a buscar al
exhibicionista en todos los lugares donde aparece, le da igual si son patios de
colegio, vagones de metro a las tres de la mañana o la piscina dónde el
exhibicionista disfruta de un momento de relax. La víctima quiere todo lo que
el exhibicionista le puede dar, h pasado de víctima a enamorado.
c) La
víctima entra en un extraño estado de shock. Empieza a vagabundear por los más
obscenos callejones, no sólo observando a los exhibicionistas, sino tomándoles
fotos, comparándolas en su casa, fijándose en tipos de gabardinas, en la presencia
o ausencia de vello púbico y otro tipo de fijaciones personalísimas en relación
con esa miríada de exhibicionistas que cada día le obsesionan más. Así que un
día, decide coger una vieja gabardina y hacerlo él. Sabe que le hará falta
tiempo; que muchos días se quedará en casa con la gabardina puesta (y nada más),
víctima de una eyaculación precoz fruto del poder de sus fantasías; pero aun
así, seguirá recorriendo los callejones, seguirá deleitándose con cada sorpresa
que los exhibicionistas le ofrezcan, fijándose en nuevos detalles de sus
cuerpos; llegando a veces a cambiar su propia apariencia para asemejarse más a
ese, su favorito, el de la avenida X con la calle Z a la una de la noche; en
fin, convirtiéndose él también lentamente en exhibicionista …
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