domingo, 18 de enero de 2015

El Arte del Exhibicionismo



El pensar una trama es un acto de excitación sexual.

El escribir es un acto masturbatorio.

El publicar, difundir o dar a conocer lo escrito es exhibicionista.

Estas tres fases vitales del proceso creativo son fácilmente análogas al sexo. La pregunta entonces está en si hay sexo (o analogía sexual) en lo que viene después, en la recepción de lo escrito por parte del lector.

Un aviso para navegantes (y críticos despiadados): podríamos hacer otro tipo de analogías, por ejemplo, trama=sembrar, escribir=recolectar, difundir=alimentar. Aun así, la abundancia de exhibicionismo “millenial” que marca a mi generación me ha hecho decidirme por el sexo. Y como dijo aquél “el sexo vende” (cosa que aquí no tiene ninguna importancia porque escribo en un blog tan poco leído que no puedo monetizar las visitas de mis geniales, bellos y simpáticos lectores).

Sigamos pues, después de haber subido la potencia del campo de fuerza, con el sexo y el lector. Dice Volpi que el lector es una víctima de las ideas que le transmite el escritor, haciendo él una analogía cazador/presa. En nuestra línea analógica podemos también ver al lector como víctima, en este caso de una pieza horrenda que le parece vomitiva. Aquí éste tiene mucho poder, ya que puede darse la vuelta y dejar de mirar las partes mostradas por el escritor. Recordemos que el escritor es sólo un exhibicionista, no un depredador sexual. El lector está a salvo una vez deja de mirar, el exhibicionista desaparece dejando detrás un humo sulfúrico que con suerte dejará de oler con el paso del tiempo. ¿Pero qué pasa cuando el lector está interesado, le gusta lo que ve y sigue mirando? Este es un terreno más peligroso, con muchas permutaciones, una jodida partida de ajedrez. Sólo tengo la capacidad de enumerar unas cuantas, de imaginar que le pasa a la víctima (que en ese momento en el que decide no dejar de mirar se convierte en cómplice, síndrome de Estocolmo en píldoras) y cómo interactúa con el que muestra:

a)      El lector se queda allí mirando, el exhibicionista acaba su show, éste último se desvanece (sí, en mi mente los escritores son muy ninjas) y el lector sigue su día a día normalmente y con suerte comentará a alguien el lugar dónde aparece el tipo de la gabardina y ese alguien visitará ese callejón a la hora convenida.
b)      El lector, sorprendido primero, fascinado después, empieza a buscar al exhibicionista en todos los lugares donde aparece, le da igual si son patios de colegio, vagones de metro a las tres de la mañana o la piscina dónde el exhibicionista disfruta de un momento de relax. La víctima quiere todo lo que el exhibicionista le puede dar, h pasado de víctima a enamorado.
c)       La víctima entra en un extraño estado de shock. Empieza a vagabundear por los más obscenos callejones, no sólo observando a los exhibicionistas, sino tomándoles fotos, comparándolas en su casa, fijándose en tipos de gabardinas, en la presencia o ausencia de vello púbico y otro tipo de fijaciones personalísimas en relación con esa miríada de exhibicionistas que cada día le obsesionan más. Así que un día, decide coger una vieja gabardina y hacerlo él. Sabe que le hará falta tiempo; que muchos días se quedará en casa con la gabardina puesta (y nada más), víctima de una eyaculación precoz fruto del poder de sus fantasías; pero aun así, seguirá recorriendo los callejones, seguirá deleitándose con cada sorpresa que los exhibicionistas le ofrezcan, fijándose en nuevos detalles de sus cuerpos; llegando a veces a cambiar su propia apariencia para asemejarse más a ese, su favorito, el de la avenida X con la calle Z a la una de la noche; en fin, convirtiéndose él también lentamente en exhibicionista …



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