Horst tenía dieciséis años cuando entró
en el Gottnasium. El edificio era un tanto peculiar. La fachada pertenecía a
una antigua iglesia, dándole un aire religioso y de vetusta institución. Pero
dadas las ideas modernizadoras dentro del ministerio de educación, el interior
era gris, burocrático y aburrido. Dónde antes había habido imaginería
religiosa, ahora todo eran asépticas paredes de cemento, para, en palabras del
ministro Stubiz: “permitir la profundidad del pensamiento en pos de la búsqueda
del contenido, sin interferencias de la gran enemiga de la metafísica, la
forma”. Horst, cuando el director citó al ministro en su
discurso inaugural del curso, no entendió eso ni el resto de lo dicho por ese
hombre menudo con voz de pito y poderoso cargo. Pero le gustó como sonaba y
decidió que, definitivamente, la academia sería su pasión.
Lo que en ese momento Horst no sabía
era que la reforma arquitectónica se había dado paralelamente a una reforma del
personal y el currículo académico. Todos los profesores habían sido despedidos
y se había precedido a contratar a la flor y nata de la teología mundial. No
era porqué el gobierno tuviese un interés primordial en esta materia, pero las
circunstancias habían obligado a ello. Debido al abandono que había sufrido del
Gottnasium por parte de la Administración, este se había convertido en un lugar
dónde las diferentes órdenes religiosas enviaban a sus miembros más díscolos.
Los funcionarios aceptaban estos nombramientos de profesores con mucha
facilidad, ya que su sueldo corría a cuenta de las órdenes mismas. El problema
residía en la rápida conversión del Gottnasium en un punto de encuentro para
pedófilos, milenaristas y místicos cuya inspiración venía de substancias muy
terrenales. Con tal panorama dentro del profesorado, el centro inició un
extraño culto que incluía porculizaciones, consumo de drogas alucinógenas y una
confianza ciega en el cercano fin del mundo. El culto en sí se mantuvo en
secreto durante varios años, pero las quejas de vecinos por ruidos y de padres
por el extraño comportamiento de sus hijos llevaron a una investigación oficial,
que conllevó una reforma total, un alto gasto en psiquiatras, un par de
arrestos y la dispersión de los iluminados profesores por centros de yoga,
reiki y demás corrientes “new age”.
Lo que la renovada dirección del centro y el Gobierno
desconocían era que el culto había permanecido en el Gottnasium gracias a la
perseverancia de algunos alumnos que habían podido evitar el psiquiátrico
gracias a su astucia y la total falta de control por parte de sus padres. Así,
el denominado por sus seguidores “Jesusitodenuestrocarasón”, seguía
practicándose aunque en mucho más silencio de lo que había sido habitual
durante su apogeo. La existencia de esta resistencia herética hizo que en su
primer día de escuela, mientras evacuaba una poderosa comida consistente en
chucrut con Weißwurst, Horst pudiese leer lo siguiente en un lavabo:
Los
Santos Desmienten
La Satánica Difamación
Si Horst hubiese sido una persona inquieta, amiga de la
aventura, interesada en los muchos misterios que nos proporciona la existencia,
y otras frases que pueden ser utilizadas para describir a una persona con más
de un interés, seguramente ese extraño grafiti le hubiese llamado la atención.
Pero el caso de Horst Gottbauer es el de un chico que a los 16 años entró en un
colegio a estudiar teología, e hizo eso, estudiar teología, hasta que se
doctoró Honoris Causa a la temprana edad de 23 años.
Lo que no podía imaginarse Horst después de ocho años entre
libros, seminarios, correcciones y versiónfinal23.doc es que “Jesusitodenuestrocarasón”
estaba reorganizándose, reclutando a nuevos adeptos dentro y fuera de la
escuela, dotándose de organizaciones paralelas cuyas prácticas no eran tan
brutales… En definitiva, convirtiéndose en un secta con caché.
Durante sus años en el Gottnasium, y luego en la Universidad,
Horst había sido intentado reclutar por muchos de sus compañeros. Su
incapacidad de interesarse por cualquier actividad extracurricular le había
salvado de entrar en la garras de la cada vez más poderosa secta. Aunque para
Horst el no darse cuenta de que estaba siendo objeto del deseo de una
organización cristiano-psicodélica era de lo más normal, para la organización
suponía un agravio enorme, ya que nadie tan cercano al núcleo de los
“Jesusitodenuestrocarasón” había resistido sus muchos métodos de captación.
El mismo día que Horst leía su tesis doctoral, el núcleo
reunido decidió que un personaje tan resistente, cuya total indiferencia había
cobrado un carácter mítico entre los muchos miembros que le había intentado
captar, era mejor que desapareciese del mapa. Así fue como, el mismo día que
Horst Gottbauer recibía grandes alabanzas por parte de un jurado formado por
viejos escaladores de despachos, su sentencia de muerte fue redactada por unos
post-adolescentes colocados y con una obsesión por el sexo anal.
***CONTINUARÁ***
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