viernes, 27 de marzo de 2015

Mi amigo Ernst



Hoy mi plan era escribir endecasílabos. Primero, porque me he leído el libro de Alejandro Zambra “Formas de volver a casa”, que me ha gustado y en el salen endecasílabos. Segundo, aunque es el primer motivo, por solidaridad con Ernst Stielchen. 

Ernst Stielchen es un amigo mío que conocí a través de Anàs Sol y de Bertse Mestre. Nuestra pasión por la lectura y la escritura nos ha llevado a hablar bastante a menudo mediante tecnologías telemáticas varias. De Ernst puedo decir unas cuantas cosas, y como no me ha salido ningún endecasílabo potable, voy a dedicar mi rato de escritura de hoy a él. 

Lo primero que puedo decir de Ernst es que un día hicimos una fiesta de San Juan en nuestra casa de Barcelona y él trajo una coca de pastelería. No cualquier coca, una riquísima coca de pastelería buena. Mi primera imagen de Ernst, que es alto y delgado y con unos hombros extrañamente anchos para lo alto y delgado que es, la sitúo en el dintel de la puerta, con la coca como ofrenda por haberle invitado a nuestra fiesta. Fue una buena fiesta y fue la primera vez que conocí de verdad a Ernst Stielchen.

Sobre él también puedo decir es que es un protoescritor. Y por ello hemos formado una asociación informal de dos miembros. Una asociación de recomendaciones, lecturas de los textos del otro, y críticas demoledoras de los mismos. Por desgracia, con la distancia no nos podemos emborrachar juntos, pero igualmente no nos podríamos emborrachar porque Ernst es un abstemio obligado.

Esta abstemia es fruto de un ataque de locura que tuvo en las antípodas. Y es con esta frase que Ernst se empieza a difuminar, pasa de persona a personaje de este cuento. El hecho que tuviese el bajón psíquico en una enorme isla en el pacífico lo hace un poco Sandokán o un poco James Cook. Parece que en su cabeza se fraguó un motín como el de la Bounty. Si el capitán Blight pudo llegar a Timor, Ernst llegó a la literatura. Ahora es un devora libros, un protoescritor en eclosión, sin ninguna ínfula sietemesina, con una actitud resignada y aliviada por ir saliendo del lugar oscuro, por ir ajusticiando a sus marinos amotinados, por haber dado un golpe tremendo de timón y poder verlo todo con más luz.

¿Cuál es el cuento de Ernst? No lo sé muy bien, le estoy aún dando vueltas. Pero lo que tengo claro es que esto no lo es. Así, sin más, aborto este cuento, lo convierto en líneas juntas que más o menos tienen una lógica, una estructura, pero este no es el cuento de Ernst. Alguien podría decir que tan solo él puede escribir su cuento, pero yo me opongo a ello. Cuando uno vive algo de carácter tan épico como volverse loco en las antípodas no puede explicar él mismo la historia. Sería como si la Eneida la hubiese escrito Eneas y no Virgilio. Yo creo que el cuento de Ernst pertenece a otro porque uno se puede convertir en personaje de su propio cuento pero, un personaje no puede escribir su propia historia. 


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