Una de las cosas
de provecho que aprendí mientras estudiaba sociología fue como las identidades
se superponen. Esa idea de la máscara, la multiplicidad del ser, me alivió
mucho, ya que me explicó bastante bien quién era yo. O en otras palabras,
porque no había un yo. Así, agradezco haber estudiado sociología y no
psicología, ya que seguramente ahora mismo me habría internado en un hospital
mental con un caso agudo de esquizofrenia.
A día de hoy, la
identidad con la que me siento más a gusto es la de trabajador de una fábrica
de cajas de cartón. “Ich bien ein Kartonschachtelfabrikarbeiter”- digo a la
gente cuando me preguntan a qué me dedico. El hecho de que la mayoría de gente
que conozco sean bohemios o trabajadores liberales hace que a veces mi
respuesta venga acompañada de una mueca, rápidamente abortada porque todo este
tipo de gente suelen ser muy progresistas. Pero siempre veo la mueca porque
también soy un ayudante de detective frustrado. Y también un ex hombre lobo. Y
un observador de gente. Estas tres otras identidades me permiten ver esa mueca,
ese desdén clasista disimulado. Si tan solo fuese un trabajador de una fábrica
de cajas de cartón no sé si vería tal mueca.
Llevo solo un
mes siendo Kartonschachtelfabrikarbeiter. Conseguí el trabajo por un compañero
moldavo de uno de los muchos cursos de alemán que voy haciendo. Fui a la
entrevista, y el jefe era un señor gordo austriaco, con un poco de pelo rubio
ceniciento y mostacho color nicotina.
Después de explicarme que tenía que hacer, comprobar que yo era ciudadano de la
UE y ver que yo entendía lo que él me decía, me dio el trabajo. Ni currículums
ni cartas de motivación. Eso es solo para la pequeña burguesía. Yo había
entrado al maravilloso mundo del proletariado austriaco.
Empecé a
trabajar una semana después de mi entrevista. Aquí está el quid de la historia.
Aquí empieza la historia. Lo que viene antes está para que el lector se sitúe.
¿Situados? ¿Listos? ¡Ya!
Como una de mis
otras identidades es la de persona hiperpuntual, llegué al trabajo media hora antes
un lunes después de la entrevista. En las fábricas se trabaja por turnos, por
lo que tuve que esperar unos veinte minutos a que viniese alguien a decirme
dónde debía ir. Así que esperé leyendo un libro de Zweig sobre Fouché. Cuando
llegó mi superior y vio el libro que yo leía, me dijo que era un gran fan de
Fouché. Yo, que aún no era verdaderamente un Kartonschachtelfabrikarbeiter, es
decir, mi identidad de trabajador de fábrica de cajas de cartón no estaba aún
formada, le dije a mi supervisor que el
autor era Zweig, que Fouché era un personaje histórico sobre el cuál el autor
escribía. Mi supervisor me dijo que lo sabía, que él era fan de Fouché, que él
compartía con el francés su amoralidad. Me quedé pasmado. Luego, mientras me
enseñaba en qué consistía mi trabajo (en comprobar que los robots hacen bien
las cajas, cosa que en el mes que llevo ha pasado el 100% de las veces), me
disculpé por mi esnobismo. Él me miró y me dijo que no me preocupase, que ya se
iba a encargar él de sacarme todo esnobismo y sentimiento de superioridad que
llevase encima. Y sólo diciéndomelo me lo sacó. Así, me convertí en mi primer
día en un completo trabajador, un controlador de la calidad de las cajas de
cartón hecho y derecho.
Creo que la
explicación de la súbita desaparición de mi sentimiento de superioridad es que mi
supervisor es también mago. Un maestro
en el uso de las palabras y los símbolos para lograr cambios en la realidad
tangible. Como acepto el hecho de que haya identidades múltiples, no me
preocupa lo más mínimo que use su esa identidad mientras es supervisor. Bien me sigo considerando a mí mismo Kartonschachtelfabrikarbeiter
cuando me pongo mi máscara de escritorzuelo.
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