Mi nombre no es
Ismael. Siempre quise empezar una historia así. ¿Cuánta gente lo habrá hecho
antes que yo? No lo sé, ni quiero saberlo.
Mi nombre es
Franz Schuft. Tengo 43 años y vivo en un barrio residencial a las afueras de
Frankfurt. Trabajo como ingeniero en una pequeña empresa de filtros
anticontaminación para la industria química. No tengo hijos pero llevo quince
años casado. Mi mujer, Drei Rabauke-Schuft, trabaja de profesora de inglés en
un instituto. Mi vida podría parecer bastante normal, casi anodina, sino fuese
porque mi mujer no es tan solo una profesora de inglés casada con un ingeniero
viviendo en un barrio residencial a las afueras de Frankfurt. No, mi mujer es
más que eso. Mi mujer es una hacker analógica.
Todo el que viva
junto a una hacker analógica sabe que la aventura, el desconcierto, la
sorpresa, el fastidio, la ira, la risa, y muchas otras reacciones a un hackeo
son posibles. Para sobrevivir y continuar una relación con alguien así se
necesita tan solo una cosa. Paciencia. Y yo tengo mucha. Mis padres siempre me
dijeron que era un niño tan paciente que muchas veces se preocupaban que no
fuese que tuviese algún tipo de autismo. Esperaba en silencio ser amamantado,
esperaba tranquilo que llegase Santa Claus, me sentaba calmado a que llegase el
plato a la mesa en un restaurante, leía los cómics sin saltarme ningún
bocadillo para saber cómo acababa la historia… Una vez, ya de adolescente,
esperé dos días enteros a las puertas de un estadio de fútbol para ser de los
primeros en un concierto de U2. Así, que cuando empecé con Drei, sus hackeos
podían molestarme a veces, pero el amor que siento por ella y la paciencia han
permitido que siga con ella.
Mi día empieza
con un despertar automático. No puedo confiar mi amanecer a un despertador, ya que fácilmente Drei se encargaría de que
sonase a las 4 de la mañana o a las 8, haciéndome llegar tarde al trabajo o
quitándome unas horas de sueño que necesito. Cuando me hago el desayuno debo
comprobar que el azúcar no haya sido cambiado por sal; que el café no sea
tierra molida finamente; que los huevos no hayan sido vaciados y posteriormente
rellenados con agua y harina (eso hace que no pueda tomar huevos pasados por
agua en casa, solamente fritos) y; comprobar la noche anterior que sí, que he
comprado pan para tostadas, porque este lo suele esconder ella provocando una
yincana matinal, en la que yo busco por toda la casa el pan mientras ella se
ríe alegremente tomándose su café. A la hora de ir al trabajo ahora solo uso
transporte público o voy en el coche de algún compañero, ya que era normal que
me encontrase de un día para el otro el tanque vacío o lleno de agua. Mientras
trabajo, no son anormales las llamadas desde números extraños, de mujeres con
acentos diferentes y una misma voz que me ofrecen productos tales como
alargadores del dedo índice o depresores del apetito sexual (porque según sus
estudios aún soy todo un animal y mira que ya empiezo a tener una edad); o me
informan que he ganado viajes a islas que solo existen en “Los Viajes de
Gulliver” o que tengo la oportunidad de entrar a trabajar en el proyecto de la
Estrella de la Muerte que ha empezado el Imperio Galáctico.
Cuando vuelvo a
casa, puedo esperarme todo. Si Drei ha vuelto antes que yo, puede haber
organizado una boda de unos desconocidos en nuestro jardín y debo aceptar
sorprendido los enfáticos agradecimientos de los novios. O puede que me
encuentre un chimpancé vestido con mi ropa y ella se haga la sorprendida,
dudando entre cuál de los dos es su verdadero marido. Una vez hasta contrató a
toda una troupe de actores que se hicieron pasar por los dueños de la casa y
hasta por la policía que vino cuando insistí en que parasen. Me mostraban todas
sus fotos, que adornaban la casa, para convencerme de que estaba equivocado y
que realmente esa era su casa. Por suerte, esto no pasa siempre ya que Drei no
tiene fondos ilimitados y tampoco dispone del tiempo suficiente para urdir
tales planes. Aunque cuando reina la calma y la normalidad, no puedo dejar de
estar alerta por si hay un hackeo analógico esperándome en los siguientes
minutos.
Este estado de
alerta constante una vez me llevó a un ataque de nervios. Drei estaba
verdaderamente preocupada ya que me preguntaron si había estado en algún
conflicto bélico, ya que tenía síntomas de sufrir Síndrome de Estrés
Postraumático. Después de ir a un psicólogo experto en relaciones de pareja
conseguimos llegar a un acuerdo para que yo no me volviese del todo loco.
Ahora, desde hace cinco años, vamos cada verano a un hotel en Mallorca con todo
de actividades programadas, comidas y cenas siempre a la misma hora, hasta ya
conocemos a otros veraneantes y esta normalidad hace que mis sentidos puedan
relajarse durante dos semanas. Aunque para Drei es un suplicio no poder estar
preparando o haciendo hackeos analógicos, la posibilidad de que el hombre con
más paciencia del mundo acabe volviéndose loco hace que se comporte como si
toda la rutina le gustase. O puede que haya algo más en mí que le guste, que
simplemente no quiera que yo, Franz Schuft, acabe en un psiquiátrico.
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