“el impulso hacia lo
místico viene de la insatisfacción de nuestros deseos por la ciencia. Sentimos
que incluso una vez resueltas todas las posibles cuestiones científicas,
nuestro problema ni siquiera habría sido aún rozado”.
L. Wittgenstein
La cita que abre este texto la leo en el maravilloso texto
de Cristina Fernández Crespo, filósofa del arte y riojana /o/ filósofa del arte
riojana /o/ filósofa con (mucho) arte de la Rioja, “Y qué es la muerte, y quées el arte”. En él nos expone, con una claridad y sistematización que envidio,
la visión de Wittgenstein sobre la estética para acabar uniéndola (también a
partir de un libro de Manuel Sainz) con la muerte (ya que ambas son
experiencias que sobrepasan inmanente/experimentable).
He leído el texto en dos tiempos con acompañamiento musical
y actividad pequeño-burguesa de por medio. Las canciones que han sonado han
sido la “Rapsodia Húngara No.2” de Liszt y una serie de canciones de Abelardo
Carbono y su Conjunto (cuya “Quiero A Mi Gente” recomiendo fervientemente). La
actividad pequeño-burguesa que me ha detenido entre párrafo y párrafo era la
limpieza de la ceniza de la chimenea y la preparación de un nuevo fuego. Esta
actividad es pequeño-burguesa ya que disponemos de calefacción central por lo
que no lo necesitamos para su función puramente calorífica, sino que alcanza un
nivel místico. Eso lleva a algunos problemas o contrastes (clase trabajadora
vs. confort burgués) que, muchas veces, se intenta conjugar con frases como: “la
chimenea da un calor muy agradable” (inventar utilidad en un acto puramente
estético). Aun así confieso que después de la lectura del texto de CFC me he
decidido a no volver a decir esta frase, o similares, sino quedarme tan solo
con el goce (casi artístico) de crear un fuego y conservarlo.
Volviendo al texto de Cristina, nos dice que punto de vista
wittgensteiniano arte y muerte son conceptos muy similares. Y añade “pertenecen
a un lugar místico-trascendental que nadie conoce y en definitiva, radicalmente
no pueden ser vividos”. Esta frase, que la autora no lee dramáticamente sino de
forma optimista, me ha llevado a la locura. Este fenómeno, que como comenté
hace poco ha ocurrido cerca de mí y me ha llevado a preguntarme si el mundo aún
existe, podría ser la perfecta comunión entre arte y muerte. Por un lado tiene
el aspecto desconocido e inhabitable del arte y la idea de viaje hacia otros
mundos (o realidades) relacionado con la muerte en la mayoría de sociedades
humanas. Decía Walter Benjamin que los libros de enfermos mentales significan
una apertura de “la ciudad de los libros”, es decir, que con ellos la locura se
insinúa con “un aspecto más ligero”. Puede ser este un ejemplo de que el arte,
la religión, la locura, en menos palabras, lo trascendental, son necesarios en
nuestras vidas y que sólo con esas experiencias podemos prepararnos para la
última de todas. Así, en vez de situar toda expresión trascendental de la
realidad como una mezcla de objetos y experiencias distintas, podríamos
considerarlas todas como una preparación hacia la muerte.
De esta manera podemos ser biografías andantes de un
personaje con millones de facetas y aventuras pero siempre abocado a un mismo
final. El mundo ya ha acabado, pero no hace poco cómo me comentaba mi demente
colega, sino que siempre está acabando y siempre lo ha estado haciendo. Lo trascendental
entonces solo nos permite atisbar esa realidad (antes de que termine
finalmente).