viernes, 5 de febrero de 2016

Arte, muerte y locura



“el impulso hacia lo místico viene de la insatisfacción de nuestros deseos por la ciencia. Sentimos que incluso una vez resueltas todas las posibles cuestiones científicas, nuestro problema ni siquiera habría sido aún rozado”.
L. Wittgenstein

La cita que abre este texto la leo en el maravilloso texto de Cristina Fernández Crespo, filósofa del arte y riojana /o/ filósofa del arte riojana /o/ filósofa con (mucho) arte de la Rioja, “Y qué es la muerte, y quées el arte”. En él nos expone, con una claridad y sistematización que envidio, la visión de Wittgenstein sobre la estética para acabar uniéndola (también a partir de un libro de Manuel Sainz) con la muerte (ya que ambas son experiencias que sobrepasan inmanente/experimentable).

He leído el texto en dos tiempos con acompañamiento musical y actividad pequeño-burguesa de por medio. Las canciones que han sonado han sido la “Rapsodia Húngara No.2” de Liszt y una serie de canciones de Abelardo Carbono y su Conjunto (cuya “Quiero A Mi Gente” recomiendo fervientemente). La actividad pequeño-burguesa que me ha detenido entre párrafo y párrafo era la limpieza de la ceniza de la chimenea y la preparación de un nuevo fuego. Esta actividad es pequeño-burguesa ya que disponemos de calefacción central por lo que no lo necesitamos para su función puramente calorífica, sino que alcanza un nivel místico. Eso lleva a algunos problemas o contrastes (clase trabajadora vs. confort burgués) que, muchas veces, se intenta conjugar con frases como: “la chimenea da un calor muy agradable” (inventar utilidad en un acto puramente estético). Aun así confieso que después de la lectura del texto de CFC me he decidido a no volver a decir esta frase, o similares, sino quedarme tan solo con el goce (casi artístico) de crear un fuego y conservarlo.

Volviendo al texto de Cristina, nos dice que punto de vista wittgensteiniano arte y muerte son conceptos muy similares. Y añade “pertenecen a un lugar místico-trascendental que nadie conoce y en definitiva, radicalmente no pueden ser vividos”. Esta frase, que la autora no lee dramáticamente sino de forma optimista, me ha llevado a la locura. Este fenómeno, que como comenté hace poco ha ocurrido cerca de mí y me ha llevado a preguntarme si el mundo aún existe, podría ser la perfecta comunión entre arte y muerte. Por un lado tiene el aspecto desconocido e inhabitable del arte y la idea de viaje hacia otros mundos (o realidades) relacionado con la muerte en la mayoría de sociedades humanas. Decía Walter Benjamin que los libros de enfermos mentales significan una apertura de “la ciudad de los libros”, es decir, que con ellos la locura se insinúa con “un aspecto más ligero”. Puede ser este un ejemplo de que el arte, la religión, la locura, en menos palabras, lo trascendental, son necesarios en nuestras vidas y que sólo con esas experiencias podemos prepararnos para la última de todas. Así, en vez de situar toda expresión trascendental de la realidad como una mezcla de objetos y experiencias distintas, podríamos considerarlas todas como una preparación hacia la muerte. 

De esta manera podemos ser biografías andantes de un personaje con millones de facetas y aventuras pero siempre abocado a un mismo final. El mundo ya ha acabado, pero no hace poco cómo me comentaba mi demente colega, sino que siempre está acabando y siempre lo ha estado haciendo. Lo trascendental entonces solo nos permite atisbar esa realidad (antes de que termine finalmente).

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